jueves, 8 de enero de 2009

El corazón Delator

¡ Es verdad! He sido nervioso; muy nervioso, tremendamente nervioso. Y lo soy aún. Con la enfermedad mis sentidos se agudizarón, no se destruyeron ni embotaron. Y por encima de todos estaba la agudeza de mi oído. Oía todo cuanto hay que oír en el cielo y en la tierra. Y oía muchas cosas en el infierno. Entonces.....¿cómo puedo estar loco? Escuchen y vean con qué cordura, con qué calma les puedo contar toda la historia.
No me es posible decir cómo me vino la idea a la cabeza por primera vez. Pero sí que una vez concebida me obsesionó día y noche. No había ningún motivo. No tenía ninguna pasión. Yo quería al viejo. Nunca había sido injusto conmigo. Jamás me había insultado. Yo no deseaba su oro. ¡ Creo que fue su ojo ! Sí eso fue. Tenía un ojo de buitre, un ojo azul pálido recubierto con una telilla. Cada vez que este ojo caía sobre mí se me helaba la sangre. Y así, paso a paso, muy gradualmente, me decidí a matar al viejo y librarme de este modo, para siempre, de aquel ojo.
Y aquí esta lo más importante. Ustedes suponen que estoy loco pero los locos no saben nada. En cambio......¡tendrían que haberme visto! ¡Deberían haber visto qué atinadamente actué! ¡ Con qué precaución, con qué previsión, con qué disimulo fue realizando mi trabajo!
Nunca estuve tan amable con el viejo como durante toda la semana anterior a matarlo. Cada noche, hacia las doce, giraba el picaporte de su puerta y la abría, ¡con toda suavidad!, hasta tener una abertura suficiente para que cupiera mi cabeza y entonces, introducía una linterna sorda, cerrada, totalmente cerrada, para que no se filtrara ni un rayo de luz; después metía mi cabeza. ¡Oh! os hubiérais reído de ver con cuánta astucia lo hacía. La movía despacio..... muy, muy despcio.... para no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora introducir toda la cabeza por la abertura hasta poder verlo tumbado en su cama. ¿Eh? ¿Habría sido un loco tan prudente? Y cuando ya la tenía toda dentro del cuarto iba abriendo la linterna con mucha cautela, ¡ oh, sí! muy, muy cautelosamente, porque las bisagras chirriaban, hasta que un tenue rayo de luz caía sobre el ojo del buitre. Esto lo hice durante siete largas noches, cada nochea las doce en punto, pero siempre encontré el ojo cerrado y me fue imposible realizar mi trabajo, porque no era el viejo el que me exasperaba, sino su Mal de Ojo. Y después cada mañana, al romperel día, entraba decidido en su habitación y le hablaba animosamente, llamándole cariñosamente por su nombre y preguntándole cómo había pasado la noche. Como pueden ver ustedes, tendría que haber sido un viejo muy sagaz para sospechar que cada noche, exactamente a las doce, yo lo observaba mientras dormía.
En la octava noche abrí la puerta con más cautela que nunca. El minutero de un reloj se mueve más deprisa de lo que yo me movía. Nunca, hasta aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas podía contener mi sentimiento de triunfo. ¡Pensar que estaba allí abriendo la puerta poco a poco y él ni siquiera soñaba con mis actos y pensamientos secretos! Ante esta idea sonreí entre dientes y, quizás, él me oyó, porque de pronto se movió en la cama como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me volví atrás, pero no. Su cuarto estaba tan negro como la boca de un lobo (ya que los postigos tenían pasado el cerrojo por miedo a los ladrones) y yo sabía que él no podía ver la abertura de la purta, así que continué empujándola constantemente.
Tenía ya la cabeza dentro y estaba apunto de abrir la linterna, cuando mi dedo resbaló sobre el cierre de hojalata y el viejo se incorporó en la cama gritando: ¿Quien está ahí? Me mantuve completamente quieto y sin decir palabra. Durante toda una hora no moví un músculo y en todo este tiempo no le oí volver a acostarse. Permanecía en la cama escuchando; como yo había hecho noche tras noche, sintiendo en la pared el tic-tic de la carcoma que presagia la muerte. Al poco rato oí un débil gemido y conocí que era el gemido de un terror mortal. No era un gemido de dolor o de aflicción ¡oh, no!, era el sonido grave y ahogado que brota del fondo del alma abrumada por el terror. Yo lo conocía bien. Muchas noches, exactamente a media noche, cuando el mundo entero dormía, salió del fondo de mi alma redoblando con su espantoso eco los terrores que me transtornaban. Sí, lo conocía bien. Sabía lo que sentía el viejo y tuve pena de él, aunque para mis adentros me reía. Supe que había estado dispierto desde el primer ruido ligero, cuando se revolvío en la cama. Estuvo tratando de imaginar que no tenía importancia, pero no lo consiguió. Se diría: " Es solo el viento de la chimenea; no es más que un ratón que cruza por el suelo", o " tan sólo un grillo que chirrió sólo una vez". Sí, trataría de reconfortarse con estas suposiciones. Pero todo fue en vano. Todo en vano; porque la Muerte, acercándose a él furtivamente, extendió su negro manto ylo envolvió. Y la lúgubre influencia de esta imperceptible sombra fue la que le hizo sentir, porque ni me vio ni me oyó, la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Cuando hube esperado un largo rato, pacientemente, sin oír que se acostara de nuevo, decidí abrir una rendija pequeña, muy pequeña, en la linterna. Y la abrí, ¡no se imaginan ustedes con qué cautela! ¡cuán cautelosamente!, hasta que al fin un débil rayo de luz, como el hilo de una araña, salió de la ranura y le dio de lleno en el ojo de buitre.
Estaba abierto, desorbitadamente abierto, y mientras lo miraba fijamente me iba enfureciendo. Lo veía con toda claridad: todo de un pálido azul con el odioso velo sobre él, que helaba hasta el tuétano de mis huesos. Pero no veía nada más de la cara o el cuerpo del viejo, porque instintivamnente había dirigido el rayo de luz sobre el punto maldito.
Y ahora bien, ¿no les había dicho yo que lo que toman equivocadamente por locura es sólo una hipersensibilidad de los sentidos? Pues bien, en aquel momento, como les digo, llegó a mis oídos un sonido rápido, monótono y ahogado como el de un reloj envuelto en algodones. También conocía yo aquel sonido. Era el latir del corazón del viejo que aumentó mi furor como el redoble de un tambor estimula el coraje del soldado.
Aun entonces me contuve y permanecí callado. Apenas si respiraba y sostenía la linterna inmóvil. Traté de mantener el rayo de luz sobre el ojo lo fijo que pude. Y mientras tanto el infernal palpitar del corazón aumentó. A cada instante era más y más rápido y más fuerte. ¡ El terror del viejo debía ser inmenso! ¡ Y momento a momento, repito, el ruido nervioso y lo soy. Y entonces, a tan altas horas de la noche, en medio del angustioso silencio de aquella vieja casa, un sonido tan extraño como aquél me agitó con un terror incontrolable. Pude aún contenerme durante unos minutos y permanecer inmóvil. ¡Pero el latido resonaba más y más! Pensé que el corazón tendría que estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí...... ¡ Algún vecino podría oírlo! ¡ La hora del viejo había llegado! Con un fuerte alarido abrí de par en par la linternay de un brinco entré en la habitación. Él dio un solo grito.... sólo uno. En un instante lo arrastré al suelo y volqué el pesado catre sobre él. Entonces sonreí alegremente al ver mi hazaña concluida. Pero durante algunos minutos el corazón continuó latiendo con un sonido apagado. Sin embargo, esto no me preocupaba ya, por que no podría oírse a través de la pared. Al fin cesó de latir. El viejo había muerto, completamente muerto. Puse mi mano sobre su corazón y la mantuve allí largo rato. No había ningún latido. Estaba totalmente muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si todavía piensan que estoy loco dejarán de pensarlo cuando les describa las las juiciosas precauciones que tomé para esconder el cadáver. Primero lo descuarticé. Le corté la cabeza, los brazos y las piernas.
Quité después tres tablas del entarimado de la habitación y lo deposité todo allí. Luego volví a colocar las tablas tan hábilmente, tan astutamente, que ningún ojo humano, incluso el suyo, podría haber encontrado allí algo anormal. No había nada que lavar, ninguna clase de mancha, ninguna gota de sangre. Fui demasiado cauto para ello. Todo lo recogí en un cubo.... ¡ja,ja!
Al terminar mi trabajo eran las cuatro de la madrugada, tan oscuro aún como a media noche. Cuaando la campana del reloj daba las horas, llamaron a la puerta de la calle. Bajé a abrir tranquilamente, porque ¿qué tenía yo ya que temer? Entraron tres señores que muy cortésmentese presentaron como agentes de policía. Un vecino había oído un grito durante la noche que despertó sospechas de algún delito;éstas fueron comunicadas a la oficina de la policía y ellos, los agentes, habían sido encargados de registrar el lugar.
Sonreí porque...... ¿qué tenía que temer? Les di la bienvenida. El grito, expliqué, lo había dado yo en sueños. El viejo, mencioné de paso, estaba en el campo. Recorrí con mis visitantes toda la casa y les rogué que registraran, que registraran bien.
Al fin los conduje a su habitación. Les mostré sus tesoros que estaban intactos, sin haber sido tocados. Y en el máximo de mi confianza llevé sillas hasta la habitación y les rogué que descansaran allí de las molestias que se habían tomado, mientras yo mismo, en la desmedida audacia de mi completo triunfo, colocaba mi silla sobre el lugar exacto en que descansaba el cadáver de mi victima.
Los agentes estaban satisfechos. Mi comportamiento les habia convencido. Yo me encontraba muy agusto. Se sentaron y hablaron sobre cosas generales a las que yo contestaba animadamente. Pero no mucho después empecé a sentir que empalidecía y deseé que se fueran. Me dolía la cabeza y sentía un zumbido en los oídos; pero ellos seguían sentados y continuaban charlando. El zumbido se hizo más perceptible, no cesaba y cada vez era más intenso. Yo hablaba mucho para librarme de aquella sensación, pero el zumbido continuaba, cada vez más claro, hasta que al final descubrí que el ruido no estaba dentro de mis oídos.
Sin duda me puse muy pálido, pero continué hablando aceleradamente, con voz muy alta y, sin embargo, el sonido aumentaba. ¿Qué podía hacer? Era un sonido rápido, monótno y ahogado como el de un reloj envuelto en algodones. Respiraba jadeante y los agentes seguían sin oír nada. Hablé más deprisa con más vehemencia y, a pesar de todo, el ruido aumentaba constantemente. Me levanté y discutí pequeñeces en un tono muy alto y con violentos gestos, pero el ruido seguía creciendo. ¡ Oh, Dios! ¿ por qué no se irían? Medí a grandes pasos la habitación como si me enfureciera que aquellos hombres me observaran, pero el ruido continuaba aumentando. ¡Oh, Dios! ¿Qué podría hacer? Lanzaba espumarajos, desvariaba, juraba. Hice girar la silla en la que estuve sentado y la arrastré por el suelo arañando las tablas. Pero el ruido dominaba todo y crecía sin cesar. ¡Se hizo más fuerte..... más fuerte.... más fuerte. Y sin embargo, los hombres hablaban tranquilamente y sonreían. ¿Sería posible que no oyeran nada? ¡Dios Todopoderoso!.... ¡No, no! ¡Oían y sospechaban y sabían! ¡Se estaban burlando de mi terror! Lo pensé entonces y aún ahora lo pienso. ¡Pero cualquier cosa era mejor que aquella agonía! ¡ Cualquier cosa era preferible a aquella burla! ¡No pude soportar más sus sonrisas hipócritas! ¡Tenía que gritar o moriría! y de nuevo ¡escuchen! ¡más intenso.... más intenso!
-"¡ Canallas!", grité grenético, "¡no disimulen más! ¡Lo confieso todo! ¡Arranquen las tablas!.... ¡ahí, ahí!...... ¡ese es el latido de su aborrecible corazón!"

Edgar Allan Poe.
El Corazón Delator.

4 comentarios:

beatriz trello dijo...

estos cuentos son perturbadoramente buenos joder...este hombre es uno de los pocos que te hace estremecer...ponte otro si quieres y te hago algun dibujo...jaja
besos Bea

Lvï§ dijo...

Es uno de los relatos mas fascinantes escritos por Poe, terror meramente psicologico... esos fantasmas que viven en el interior.

Un saludo.

Lady Ruth =) dijo...

Este es un relato realmente bueno a mi me encanto, sobretodo el final, me gusta tu plantilla, saludos

Unknown dijo...

La culpa, tarde o temprano, traiciona. Por favor, sigue compartiendo relatos. Saludos.